sábado, 7 de noviembre de 2009

Espiral ;

Invade mi cuarto como si fuera el suyo, como un día así lo fue. Sonríe y esa sonrisa ya no me agrada, no sé hace cuánto exactamente que me irrita y me parece demasiado forzosa, demasiado espontánea… demasiado ambas cosas. Muchas veces dicha sonrisa era el anuncio de una tormenta que se avecinaba... eso le hizo perder la belleza y el encanto que en mi ejercía.
Esta parada en la puerta, inmóvil, pareciera que con intenciones de quedarse largo rato ahí, este tipo de invasión al espacio ajeno para "observar" es algo muy común en ella.— ¿Cómo estás? —Se obliga a preguntar.
—Bien, ¿y vos? —Me obligo a responder.
—Bien, algo cansada… ¿Qué hiciste hoy? ¿Alguna novedad? —ambos conocemos las respuestas que daré a estas preguntas.
—Nada, digo… lo de siempre. ¿Novedades? Hace mucho que no las hay.
Como me gustaría que el “diálogo” finalizara ahí, demasiado iluso de mi parte sería creer que así será alguna vez. Por la expresión de su rostro (específicamente el movimiento inquieto de su boca que parece indecisa entre hablar y callar), me doy cuenta que espera que le pregunte qué hizo ella hoy… más aún... que lo haga demostrando algun interés. Esa necesidad de “comunicarse” siempre fue un rasgo característico en ella. Por contrapartida, a mi no me gusta ni siquiera “comunicarme” conmigo mismo…de hecho, cuando más le sentí rabia fue cuando ella intento (con suavidad o brutalidad, da igual) cambiar esta realidad. Es otro tipo de invasión esa insistencia en querer cambiar la esencia de los demás, en el caso la mía ¿no? Y más teniendo pleno conocimiento que su vida es una rutina compartida conmigo y los temas hace mucho que están en escasez (inclusive dudo si dichos “temas” llegaron a existir). Ambos somos absolutamente diferentes y esa historia de que “opuestos se atraen” jamás se aplicó en nuestro caso.
Quizás debería concederle lo que tanto desea: la maldita “comunicación” y seguirle la corriente de vez en cuando. Con lo tanto que a ella le gusta arrojar palabras al viento, esa actitud le sentaría bien a su humor bipolar. Sí, probablemente sería lo más inteligente de mi parte asentir a sus deseos, ya que me ahorraría tormentos y discusiones… el único problema es que no se fingir y me da pereza intentarlo. Pese a todo, aún no abandoné la teoría de que le proporciona placer el masoquismo, pues bien sabe como soy (al menos siempre se jacto de saberlo) y yo no quedo atrás… soy otro masoquista que prefiere oírla gritar a entablar una conversación.
Últimamente “discute” sola, opté por no seguirle la corriente en eso también…por mucho que diga…por mucho que intente herirme con sus palabras y su odio, yo actúo como si no estuviera donde estoy. Creo que discutir es su último intento para interactuar conmigo y como no obtiene resultados, enloquece… hasta parecer querer matarme. En un pasado debo admitir, esos deseos eran recíprocos.

Por obviar el hecho de que nuestra relación, era y siempre será una relación fallida, hace mucho que opté y ella conmigo estuvo de acuerdo…pero la realidad siempre abofeteo nuestros rostros. Soy un cobarde y ella esta en negación, cegada por la idea de una familia que nunca tuvo y creyó tener con los hijos que crecieron y se alejaron (utilizados, sí, esa es la palabra, utilizados vergonzosamente como causa fundamental para evitar un divorcio) y el marido que en el caso, nunca fue lo que ella soñó.
Consuela saber que ya falta poco para nuestra absoluta destrucción. El martirio, como me gusta llamarlo, ya duro lo que tenía que durar.
— ¿De quién es esa voz grave? —pregunta.
Yo que estaba absorto en mis pensamientos, la miro sin mirar y le respondo en seco y algo cortante, por cordialidad y nada más:
—Leonard Cohen.
— ¿Y cómo se llama esa música?
—Waiting for the miracle.
Me dedica una mirada desdeñosa y dice:
—Demasiado deprimente ¿no?
(Estoy seguro que en el fondo le encantó la música y la voz más que nada, ya que hace su estilo, pero no me lo dirá…sería un gesto demasiado amistoso)
—Sí… pero hermosa —contesto.
A ese “sí” casi le agrego un “¿y?”, pero es preferible postergar su cólera unos minutos, por lo menos hasta que la música termine. Sería una falta de respeto ante una obra de tal magnitud, utilizarla como banda sonora de un ataque de descontrol y furia de esa mujer.

Con los años la fiebre de la juventud y esa energía que nos sobraba y mal gastábamos discutiendo, se perdió. (A mi me ha pasado eso) a ella…con sus 15 años menos que yo, creo que aún no.
La observo recostada en la puerta, con sus 50 años y surge la imagen suya a los 30 en mi cabeza. Una de las mujeres más hermosas que jamás vi, esa belleza que con los años fue desapareciendo… ¿por las arrugas o por la infelicidad?

Me cuesta creer que con ella compartí la cama… me cuesta creer que estuve en su interior…me cuesta creer que tuve una vida sexual con ella y que de la misma, surgieron los hijos.
Prefiero dejar de pensar en ello, me perturba la idea....me es demasiado extraña, demasiado irreal. Miro mi reloj, son las 8:15 de la noche, el informativo ya comenzó. Prendo el televisor y subo el volumen, en realidad no sabría decir que tanto interés tengo en el informativo de la noche…ya lo vi por la mañana y las noticias son casi las mismas, pero es buen pretexto para matar la posibilidad de cualquier tipo de intercambio de palabras innecesarias. Intento inútil.
— ¿No vas al club hoy? —pregunta.
—No…hoy no.
— ¿Y eso por qué, te peleaste con alguien allá?
—No, hace mucho que no sé lo que es una pelea, Marta.
— ¿Entonces por qué no vas? —pregunta insistente, exasperante.
—No voy porque no me siento muy bien… creo que tengo gripe y salir en pleno invierno no me haría bien…
—Deberías ir a un médico, esa tu tos no se te cura más... —lo dice como si le importara, cosa que de hecho creo.
—Estoy por hacerlo…
Se precipita ella con su ironía y su amargura largando palabras que suenan como ladridos de perro maltratado (sin borrar la sonrisa de su rostro por supuesto), en tono de burla y desprecio que no se preocupa en disfrazar y me dice:
—Jaja, todo en tu vida “siempre estuviste por hacerlo”, Richard.
— (Yo murmuro inconsciente, sin tener suficiente cuidado si su oído agudo captará mis palabras) —Y tú también...
— ¿Qué? —No la noto alterada, creo que tuve suerte y no me escucho.
—Nada…Nacional y Peñarol…
—Ahhh, vos y tu fútbol…vos y tu rutina…
Casi murmuro nuevamente “y tú también” pero prefiero no arriesgarme a que de esta vez sí me escuche. Esas frases con intención de patearme el hígado me las decoré con los años, podría hasta repetirlas junto a ella y luego reír amargamente, quizás reír con ella. Sus consejos que más suenan como órdenes, sus ofensas y las razones por los cuales me ha de odiar eternamente, estarán siempre presentes en mi conciencia y pesarán con el tiempo más y más…
¡Cuánta carga en nuestros hombros viejos, doloridos y maltratados! ¡Cuánta carga que nos obligamos a cargar por miedo a sentirnos solos! Miedo a la soledad, ese fue el motivo casi exclusivo de nuestra unión. Soledad que después de todo hubiera sido la más sana opción. ¡Relación enfermiza la nuestra! Ella tratándome como hijo, y yo olvidándome que ella era una mujer, “mi mujer” o podía haberlo sido, si me hubiera importado, si la hubiera amado…pero yo nunca fui capaz de amar y la engañé cuando la hice sentir que sí podría hacerlo. Se que soy culpable del fracaso y todos los demás sentimientos que involucran nuestra relación y no sé como decírselo…no sé si quiero decírselo, sería demasiado atorrante de mi parte un pedido de disculpas a esta altura de nuestras
vidas, cuando “doblamos el cabo de la buena esperanza”.
—Damos pena —le digo.
(La chispa de los viejos años para crear una discusión se enciende en mí sin previo aviso y se apaga con la misma rapidez que surgió)
— ¿Damos? ¿DAMOS? Por favor, guárdate ese comentario ridículo —contra-ataca ella.
—Sí...damos. Ojalá que cuando me muera puedas reconstruir lo que te queda de vida.
— ¿Ya venís con ese papel de víctima, Richard? ¡Hipócrita! —su voz comienza a sonar alterada. De todo lo que me dijo y va a decir, creo que el “hipócrita” será lo más cariñoso.
—No tengo nada más para agregar, buenas noches —finalizó yo.
Subo al cuarto de invitados con mí único compañero fiel, Borges... y tranco la puerta para evitar una nueva invasión. A pesar de mi progresiva sordera la puedo escuchar vociferar, insultar y despotricar (los vecinos probablemente estén escuchando, algunos regocijándose y otros odiándonos por no permitirles dormir).
Antes de rendirme al sueño, pienso en nuestros hijos y en la suerte que tuvieron…la suerte de huir…la suerte que sus padres no se permitieron tener. Me alegro que al menos ellos ya no tengan que soportar nuestra miseria de cerca, la miseria de ver como sus padres se arruinan y se preparan para desaparecer; repletos de rencor y frustración. Con ellos sí espero disculparme, jamás me perdonaré por los traumas que les ocasionamos, en eso, la culpa es compartida con Marta, “mi mujer”.
Si no fuera por mi ateísmo, pediría a Dios que el mañana me acercara casi definitivamente al fin. Mi vida desde hace mucho es una depresión y nunca tuve las agallas de asumirlo y enfrentarlo…creo que nunca fui capaz de superar la transición de niño a hombre, cuando todo era más fácil…cuando sentarse solo, a ver los autos pasar era mí mayor disfrute. Tan solo al recordarlo me invade la nostalgia, estoy seguro que mi infelicidad en gran parte se debe al arrebato de la simplicidad en mi vida, por la propia vida, al hacerme crecer.
— ¡Infeliz, infeliz, infeliz…! —grita desquiciada ella.
Sí Marta, un infeliz… mejor no leer... mejor dormir, así la noche pasará con más rapidez y una noche a menos ya podremos contar…Marta, “mi Marta” buenas noches para ti también.


Camila Pérez.
Pd:El amigo Gulli en esta oportunidad, me iluminó ideando el título. Muchas gracias, sos todo un buen muchacho jajaja!