martes, 16 de agosto de 2011

Colina de escombros

Por la colina arrastra sus penas el vagabundo,
Con la mirada acobardada en el horizonte tempestuoso.


Sus pasos errantes, delatan el miedo.
Su sien palpitante, el nacimiento de la discordia.
La piel resquebrajada, el producto de la insolación.
La ropa andrajosa, un conjunto de pérdidas.
El estómago ruidoso, hambre insaciable.


Exhausto procura residuos de fuerza
Para esgrimir el peligro de lo desconocido,
Y siente el espectro de la caída acariciarle la espalda.
El malestar lo pone a prueba y logra rehuirle,
Negando fehacientemente el amague de ahogo
Y con nadie puede compartir esta insignificante victoria.

La bocanada de aire caliente le hace retroceder,
Pequeños pasos que se sienten como quilómetros.
Sucumbe ante el llanto, dejando en evidencia su impotencia
Que como látigo lo azota flagelando su dignidad,
Mientras sus ojos rojos y ardientes se enceguecen
Y su pulmón respira humedad y escombros.

Dubitativo continúa su peregrinaje
Mientras recuerda trozos de una melodía cualquiera.
Intenta reproducirla con la garganta reseca, trastrabillando, 
Y  permite sin proponérselo, la invasión de la abrasiva melancolía.

Cree finalmente haber tocado la cima
Y se esfuma la esperanza de  un cálido recibimiento,
En recompensa a tanto padecimiento.
Con fingido desconcierto percibe como allí,
En la supuesta cumbre, no hay absolutamente nada
Y la valija es igual de pesada.

 Ya no hay lugar ni siquiera para el rencor,
¿A quién atacar con vehemencia cuando todo es ceniza?

Se recuesta inmutable en el piso y allí queda afincado,
Vegetando en un mundo de ensueños donde todo es tangible,
Sin vislumbrar que estaba aún a mitad de camino.