martes, 30 de noviembre de 2010

La gotera

De a tanto me he acostumbrado a sufrir noches de insomnio y no hay cosa peor que padecer éste problema, verá. Vivimos mi señora y yo en un apartamento, el espacio es reducido y pocas actividades podemos practicar los noctámbulos sin provocar disturbios en el sueño de aquellos que pueden tenerlo.
Atribuyo mi problema a mis preocupaciones del día a día de un ciudadano uruguayo clase media, un trabajo monótono, deudas pendientes y el vicio por el café que es el que muchas veces me mantiene despierto durante el día sin hacerme parecer un zombie. Con el tiempo resulta que uno comienza a fallar en el afronte a estas peculiares situaciones, al fin y al cabo, no somos máquinas y miré usted que inclusive ellas merecen un momento de descanso…
En fin, ese no es el punto… la otra noche como le decía, sucedió eso que me viene sucediendo frecuentemente, cené con mi señora ya muy entrada la noche y posteriormente se fue ella a dormir. La acompañé acostándome a su lado sin decir palabra, sabía yo que estaba demasiado agotada como para iniciar una conversación. Le di un beso en la mejilla y la vi dormirse, cosa que le costo apenas segundos y me hizo sentirle un poco de envidia.
Miré al techo un instante, apagué la luz y me fui a hurtadillas de la habitación, es que verá, me he acostumbrado a ser un tipo de fantasma sigiloso que vaga durante la noche.
Es cierto que quizás podría tornar estos momentos más llevaderos leyendo un libro, aunque asumo yo que me cansaría la vista y me haría rendir menos durante el día, entonces prefiero evitarlo.
Tengo pleno conocimiento de que siempre hubo una solución práctica al problema de mi sueño, o mejor dicho, falta del mismo, pero me resisto a tomar medicamentos siempre que puedo. Quizá esta postura sea un capricho como me lo dice constantemente mi mujer, haciendo hincapié en resaltar que ésta situación amerita un correcto tratamiento.
Aquella noche en particular, se sumaba a mi insomnio un fuerte dolor de muela que en el día había incomodado poco, figúrese usted que durante el día uno esta activo y no se permite sentir dolores. En la noche, esta realidad cambia, el silencio y la quietud, hacen que todo tipo de dolor se sienta más intenso y penetrante. Probé el método estúpido de evadirlo diciéndome en silencio “no me duele…” esto me causó gracia y me reí (luego maldije ya que mi experimento ocasionó más dolor.)
Buscando algo de alivio husmeé por un antiinflamatorio en el botiquín del baño, me dirigí a la cocina arrastrando los pies, abrí la heladera y me tomé en cuestión de segundos el litro de agua helada que había. Me tiré en el sillón de la sala presionando el cachete y cerré los ojos, me dispuse a sentir los ruidos de la noche.
Autos aislados pasaban por la calle, se escuchaba el ruido del viento golpeando contra alguna ventana mal cerrada, y finalmente los siempre exaltados grillos. Recuerdo que cuando mi sueño era más constante, bastaba tomar conocimiento de que había uno de estos molestosos insectos en la casa, que era motivo suficiente para enloquecer. Actualmente ya estoy algo más acostumbrado a ellos, sin embargo, no me han dejado de disgustar.
Eché un vistazo a mi reloj pulsera creyendo que la noche se marchaba deprisa… eran apenas las tres de la mañana y me quedaban largas cinco horas para comenzar mi día, en ese momento me sentí el más desgraciado.
Preparé algo de café, intenté en vano leer un libro que rápidamente abandoné, ya que no lograba seguirlo y tampoco puse demasiado esfuerzo en ello.
De pronto en eso de sentir los ruidos de la noche me percaté de algo, una gotera. Es verdad, soy algo paranoico y me molesto con facilidad, convendrá igualmente, que es incómodo sentir como gota tras gota cae haciendo ese sonidito hueco en el piso, después de pasados algunos minutos.
A causa de esta molestia me puse a buscar el origen de la maldita gotera, como le dije anteriormente, el apartamento donde vivo es chico y la ubicación de la misma debería ser fácil de descifrar, pues fíjese usted que este razonamiento lógico fallo rotundamente aquella noche. Desistí entonces de hallarla y me acosté nuevamente en el sofá,  abandoné el café a medio terminar ya que descubrí que no me sentaba bien a mi dolor… 
Me detuve a pensar por un rato en algo que ya no recuerdo, por haber sido un pensamiento interrumpido abruptamente  por aquella bendita gotera. Me irrité nuevamente y como niño chico, tapé mis oídos.
La cuestión era que no conseguía concebir que nunca hubiese percibido la existencia de la famosa gotera, y que con razón la factura de OSE venía tan alta, y yo que lo atribuía a los baños interminables de mi señora.
No tenía absolutamente nada para hacer aquella noche pensé, decidí ser algo paciente y reanudé la búsqueda por la gotera en los lugares claves: el baño y la cocina (ya que en mi apartamento no hay humedad). Al revisar minuciosamente estos ambientes me frustré al no hallar el foco del cual se desataba mi cólera. Concluí que sería tarea conveniente de realizar a la luz del día, no obstante, sabía yo que estar mucho tiempo más sintiendo ese ruidito insoportable me haría salir de mis cabales. Anoté en mi agenda con letras leíbles inclusive para alguien que sufre de miopía, que al día siguiente debería llamar a un plomero y consultar con el dentista.
Miré hacia el ventanal de la sala y observé que era aquella una linda noche de primavera, me haría bien salir a caminar un rato, me dije. Juzgará que es poco seguro en estos días salir a caminar en el medio de la madrugada por ahí, pero no pude evitar pensar en lo tentadora que estaría la rambla y las pocas cuadras que de ella estaba.
No me resistí y resolví buscar un equipo deportivo,  no quise buscarlo en el ropero del cuarto temiendo despertar a mi mujer. Fui al baño y me fijé en el canasto de ropa sucia, encontré allí un equipo. Me vestí rápidamente pero tuve de todos modos que irrumpir en el cuarto, ya que mis llaves estaban en mi pantalón de trabajo. Hice el mínimo ruido posible, pero vi que Ana había caído en un sueño profundo e impenetrable, la odié en aquel preciso instante.
Debo reconocer que cuando salí a la calle sentía un poco de temor a causa de mi actitud arriesgada, y mi adrenalina estaba disparada como hacía mucho que no lo estaba… no hay mucha emoción en la vida de uno cuando se pasan ocho horas diarias trabajando en una oficina pública durante treinta años. Exponerme a aquella pequeña situación de peligro, era una novedosa experiencia... ¡ufa, que razonamiento ridículo el mío!
Al percatarme de que no llevaba conmigo la cartera de cigarrillos despotriqué palabras inteligibles, emprendí rumbo exacerbando mi enojo completamente desproporcional al motivo que lo disparó, pensé entonces en pasar por una estación de servicio si mi vicio lo exigía y por aquella noche, desprenderme de todo tipo de stress.
No había un alma en la calle como era de esperarse, solo la noche y su agobiante silencio. Cuando ya estaba en la playa, opté por no caminar y tenderme en la arena a pensar. Llegué a recordar la época de mi juventud y las salidas nocturnas en las cuales siempre terminaba embriagado y semidormido allí, en la compañía de amigos, otras veces de alguna mujer, y muchas otras, completamente solo... viendo el amanecer. En ese mismo escenario me presentaba nuevamente a punto de jubilarme, viejo, mal dormido y obsesionado por una gotera cuasi imaginaria. Seguramente, pensé, que de ese momento, no sentiría pizca de nostalgia como sentía de esos otros que recordé.
Quise zambullirme en el mar que me atraía latente con sus olas y majestuosa extensión, pero qué me diría mi mujer si llegase a casa además de enarenado, mojado, y le ensuciara el piso de parquet al cual había dedicado tarde entera a limpiar.
Cerré mis ojos y mi mente se blanqueo, largo rato pasé así, al retomar conocimiento me pregunté con algo de júbilo cuánto más me faltaría para estar dormido.
Ya amanecía, mi reloj indicaba las seis de la mañana. Me levanté y percibí para mi suerte que mi dolor de muela había calmado, retiré lo máximo que pude de arena de mi vestimenta para luego dirigirme mansamente a casa.
Cuando ingresé en ella, lo primero que sentí fue la gotera… no sé por qué razón esto me ocasionó un arrebato de ira, de viejo uno se pone susceptible a cualquier pavada, quizás sea esa la respuesta. Comencé a injuriar en voz alta, actitud que reconozco un tanto ordinaria en chiflados (y no crea que no me es embarazoso admitirlo.)  
Desperté a mi mujer que se levantó de la cama y fue hasta la sala en camisón, en ese estado transe en el cual uno se asemeja a un sonámbulo, me pregunto desconcertada qué cuál era mi problema.
–La gotera, la gotera –le dije ensimismado.
-¿Pero de que gotera me hablas, hombre? –me preguntó ya más despabilada a punto de pegar uno de sus alaridos.
-¡Pero presta, presta atención, cállate y presta atención!
-¿Estas loco? –No espero respuesta y continuó. –Y sí, como para no estarlo, noches enteras sin dormir… voy a llamar hoy mismo a la mutualista y marcarte una consulta con el psiquiatra.
-Pero… -le interrumpí yo.
-Pero nada, y mismo que existiera esa tú gotera (que de hecho no existe) no es motivo para armar un escándalo –finalizó y miró la hora rabiosa, confirmando que había perdido dos horas de su sueño por una tontería.
Y bueno así es ella, lo que dice hace y no basto con que le pidiera perdón para abandonar su decisión, por lo tanto aquí me tiene usted hoy a contra voluntad, doctor…
Por si no le queda claro, vengo a consultar exclusivamente por mi insomnio, nada más. De la existencia de la gotera tengo seguridad y verá como un día la localizaré.
Discúlpeme si me he desplayado en detalles irrelevantes, vayamos a lo que me trajo aquí, dígame entonces ¿qué remedio cree conveniente recetarme?
Si no es mucho pedirle, que sea algo económico, ¡fíjese usted la altura del mes en la cual estamos y tengo la cuenta de luz aún sin pagar!