martes, 25 de octubre de 2011

Corazón ausente;

No estoy,
Nunca estuve.
Soy la muerte acogotada
Vertida en la copa de vino,
Induciéndote a acompañarme
En esta suerte vegetal
Penetrada por el silencio,
Que bombea inocua sangre
Recreadora de emociones mutiladas
Y un montón de versos marchitos
A modo de gangrena cancerígena,
Supurando un sumario de culpas
En esta onírica pesadilla
Y volanteando desgracias apelmazadas,
Para todo aquel que desee consumirlas
En la tesitura de falsa empatía
Tapujando su esencia turbia y mezquina,
Sin aplacar el rencor en aprensiva vigilia
Subordinado a una suerte de inframundo
Que bosteza infame civilización.

martes, 18 de octubre de 2011

Infortunio.

         Mascaba su chicle sabor frutilla en absoluto silencio, conturbado a causa de esa ingrata 
emoción que ocasiona una fatal pérdida. Su mirada absorta, se concentraba a mitad de calle 
donde se hallaba aquel diminuto cadáver y era palpable la angustia de la cual era víctima al contemplarlo. Resignado e inmerso en el dolor, hizo oídos sordos a la pequeña multitud que lo rodeaba, expectante por alguna  reacción suya ante tal suceso.
         Creyó taciturno, que nada podría reparar el daño que sobre él había recaído en aquel preciso instante, sintiendo así el gusto amargo de la tristeza in-crescendo cada vez que tragaba saliva, mientras su cabeza reposaba entre manos entumecidas a modo de duelo.
No era aquel un ser irascible para los bienaventurados presentes, su carácter harto indulgente permitía entrever un temperamento conciliador, que de forma alguna pretendía atacar a los presuntos responsables de lo sucedido, pese a que cargaran aquellos sobre sus hombros, invariablemente, con la culpa de aquel brutal desenlace.
Él se sentía capaz de perdonar y mitigar la responsabilidad de todos ellos, desplazando cualquier posible rencor que marcara una definitiva desavenencia, reconociendo por otra parte, que también había sido fruto de un descuido suyo lo allí sucedido. Asimismo era consciente, que aquellos seres endebles carentes de su prudente carácter, ante la misma situación se dejarían ser por un arrebato de furia caprichosa. Alentados por su vicioso entorno, no serían capaces de sobrellevar con sensatez, la adversidad por él ahora experimentada.
Empero, estaba determinado a enfrentar con temple de acero aquella instancia, sin llantos ni mucho menos torpes balbuceos, sintiéndose ya lo suficientemente hombre al no permitir, irreductible y pese a sus ojos humedecidos,  que ninguna lágrima se paseara por su rosada mejilla.
Temía sobre todo, ser objeto de cualquier tipo de burla por parte de aquellos seres de pueril crueldad (que no dudarían en atizarle por tal sentimentalismo) hiriendo su dignidad aún en formación.
No se convertiría bajo ningún concepto en el hazmerreír de la barra, entonces determinado, el niño se dispuso a erguirse del asfalto luego de haber observado por largos diez minutos, su más preciado juguete hecho trizas en la calle.
Aquel pequeño tren que había divertido  la niñez de su padre al igual que la suya, era ahora un inalienable recuerdo. Recogió cuanta pieza pudo rescatar para luego depositar cuidadosamente en su harapienta mochila, como testimonio de lo que restó de aquel objeto de gran valor sentimental para él.
Asintiendo levemente la cabeza, se despidió de sus camaradas y se dirigió a su casa, mientras a su espalda ellos continuaron a jugar ajenos a todo, sin aparente remordimiento.
En su breve andanza, el pequeño Diego cavilaba cómo comunicarle a sus padres su primer gran infortunio,dispensando de antemano cualquier posible tono melodramático que los preocupase sin real necesidad. 

martes, 16 de agosto de 2011

Colina de escombros

Por la colina arrastra sus penas el vagabundo,
Con la mirada acobardada en el horizonte tempestuoso.


Sus pasos errantes, delatan el miedo.
Su sien palpitante, el nacimiento de la discordia.
La piel resquebrajada, el producto de la insolación.
La ropa andrajosa, un conjunto de pérdidas.
El estómago ruidoso, hambre insaciable.


Exhausto procura residuos de fuerza
Para esgrimir el peligro de lo desconocido,
Y siente el espectro de la caída acariciarle la espalda.
El malestar lo pone a prueba y logra rehuirle,
Negando fehacientemente el amague de ahogo
Y con nadie puede compartir esta insignificante victoria.

La bocanada de aire caliente le hace retroceder,
Pequeños pasos que se sienten como quilómetros.
Sucumbe ante el llanto, dejando en evidencia su impotencia
Que como látigo lo azota flagelando su dignidad,
Mientras sus ojos rojos y ardientes se enceguecen
Y su pulmón respira humedad y escombros.

Dubitativo continúa su peregrinaje
Mientras recuerda trozos de una melodía cualquiera.
Intenta reproducirla con la garganta reseca, trastrabillando, 
Y  permite sin proponérselo, la invasión de la abrasiva melancolía.

Cree finalmente haber tocado la cima
Y se esfuma la esperanza de  un cálido recibimiento,
En recompensa a tanto padecimiento.
Con fingido desconcierto percibe como allí,
En la supuesta cumbre, no hay absolutamente nada
Y la valija es igual de pesada.

 Ya no hay lugar ni siquiera para el rencor,
¿A quién atacar con vehemencia cuando todo es ceniza?

Se recuesta inmutable en el piso y allí queda afincado,
Vegetando en un mundo de ensueños donde todo es tangible,
Sin vislumbrar que estaba aún a mitad de camino.