Era ella una
mujer que encontraba placer en fustigarse a sí misma con un repertorio variado
de acciones. En su mazmorra mental evadía cualquier tipo de obligación para con
segundos y terceros alegando pretextos irrisorios, postergando así, la vida
misma. Esta cárcel sin embargo, era para ella lo equivalente a lo que es para
un drogadicto la próxima dosis que aguarda en la jeringa, letal pero
reconfortante por el escapismo que es capaz de proveer.
Como todas las
personas que se encuentran en este disfuncional planeta, poseía un talento o
como prefiera decirle usted -un don- que desperdiciaba y sentíase de cierta
forma desgraciada por ello, excusándose en el “blanco creativo”. Lo cierto es que le encantaba la idea de ser una escritora pero no tanto la de dedicarse al oficio, por lo cual atesoraba en su memoria
ideas brillantes que algún día –cuando no estuviese muy cansada y con la debida
inspiración para desarrollar-llevaría al papel.
En ese ínterin se
dedicaba a practicar su escritura por medio de cartas que sí bien escritas
prolijamente, eran completamente vacías de expresión. Estas cartas se dividían
en dos grupos: estaban aquellas en las cuales se dedicaba a pedir perdón a las
personas que decepcionaba y por otro lado, estaban las cartas solicitadas por
segundos a modo de favor.
En ambos tipos de
escritos poseía gran experiencia ya que le iban bien las palabras, sabiendo
acomodarlas de tal forma que generaran una idea concisa y de fácil comprensión.
La tarea de
escribir cartas encomendadas, le proporcionaba cierta satisfacción ya que de
forma anónima le permitía sentirse útil y de esta actividad provenían sus
escasos ingresos, con los cuales financiaba malamente sus tantos vicios.
En ese particular
momento en el que se es joven y se presenta con ímpetu la abstracta idea de
tener una vida entera por delante –produciendo excitación, impaciencia y miedo-
ella optó por vivir la fantasía bohemia hasta el hartazgo, librando al azar por
ella creado su porvenir. Esta decisión del “yo no fui” la soterró finalmente
en una suerte de pocos reconocimientos, frustraciones y culpa que ya no podía
atribuir -como lo hizo durante su juventud- a terceros.
Gradualmente
perdía todos sus atributos físicos –ya que en algún momento supo ser
medianamente linda- esto no fue ocasionado solamente por los años que se le venían encima, el descuido con su imagen jugó un papel no menor en su decadencia, siendo ella un cenicero ambulante de piel
amarilla y nicotina incrustada en los dientes.
En ese mundo
paralelo en el cual se disponía a sentarse y observar estática el movimiento de
las cosas y personas en retro-evolución, incurrían crisis continuas que
demostraban su enfermiza insatisfacción luego aplacadas por una falsa apatía
que lo borraba todo.
Deseaba cambiar
el curso del mundo mientras con la persiana de la ventana completamente
cerrada, olvidaba el día y delegaba sus funciones revolucionarias al que
tuviera fuerza para realizarlas.
Por cierto
hablamos de una persona profundamente egoísta -como todos- pero su caso
particular excedía el significado de la propia palabra, por lo tanto, buscar un
adjetivo a este rasgo de su personalidad, es una tarea que me veo obligada a
renunciar.
Con sentimientos encontrados hacia ella misma –como todos reitero- hacía un
banquete e invitaba al que quisiera comparecer con mucha angustia para la entrada, rencor
como plato principal y resignación como postre.
En este tipo de
cena presentaba sus demonios y esperaba reacciones harto indulgentes
del público como solo era ella capaz de tener consigo misma, sirviendo este
tipo de actitud como repelente para todo aquel que se le acercara.
Entre su más
variada gama de temores estaba el de hallarse en algún punto de su existencia
completamente sola, irónicamente hacía vista gorda al hecho de que la
soledad la abrazaba y ella en su actitud omisa se acurrucaba y aferraba a ese abrazo.
No fue sino hasta una tarde como cualquier otra en su rutinaria vida, en la cual despertó luego
de veinte horas de sueño y cuarenta de vida, cuando asumió finalmente su
patética realidad.
Con una taza de café
hirviendo encima de la mesa acompañada por un diagnóstico médico, un revolver y
un cigarro a medio terminar, llevó a cabo una decisión craneada ya hacía mucho
tiempo.
En ese momento,
se indagó sobre la necesidad de escribir una carta explicando su suicidio
ya que su muerte databa de mucho tiempo antes, optó entonces por un breve
relato en el que figurara en segunda persona haciendo del verbo en pasado una
sentencia final.
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