domingo, 23 de septiembre de 2012

La carta;



Era ella una mujer que encontraba placer en fustigarse a sí misma con un repertorio variado de acciones. En su mazmorra mental evadía cualquier tipo de obligación para con segundos y terceros alegando pretextos irrisorios, postergando así, la vida misma. Esta cárcel sin embargo, era para ella lo equivalente a lo que es para un drogadicto la próxima dosis que aguarda en la jeringa, letal pero reconfortante por el escapismo que es capaz de proveer.
Como todas las personas que se encuentran en este disfuncional planeta, poseía un talento o como prefiera decirle usted -un don- que desperdiciaba y sentíase de cierta forma desgraciada por ello, excusándose en el “blanco creativo”. Lo cierto es que le encantaba la idea de ser una escritora pero no tanto la de dedicarse al oficio, por lo cual atesoraba en su memoria ideas brillantes que algún día –cuando no estuviese muy cansada y con la debida inspiración para desarrollar-llevaría al papel.
En ese ínterin se dedicaba a practicar su escritura por medio de cartas que sí bien escritas prolijamente, eran completamente vacías de expresión. Estas cartas se dividían en dos grupos: estaban aquellas en las cuales se dedicaba a pedir perdón a las personas que decepcionaba y por otro lado, estaban las cartas solicitadas por segundos a modo de favor.
En ambos tipos de escritos poseía gran experiencia ya que le iban bien las palabras, sabiendo acomodarlas de tal forma que generaran una idea concisa y de fácil comprensión.
La tarea de escribir cartas encomendadas, le proporcionaba cierta satisfacción ya que de forma anónima le permitía sentirse útil y de esta actividad provenían sus escasos ingresos, con los cuales financiaba malamente sus tantos vicios.
En ese particular momento en el que se es joven y se presenta con ímpetu la abstracta idea de tener una vida entera por delante –produciendo excitación, impaciencia y miedo- ella optó por vivir la fantasía bohemia hasta el hartazgo, librando al azar por ella creado su porvenir. Esta decisión del “yo no fui” la soterró finalmente en una suerte de pocos reconocimientos, frustraciones y culpa que ya no podía atribuir -como lo hizo durante su juventud- a terceros.
Gradualmente perdía todos sus atributos físicos –ya que en algún momento supo ser medianamente linda- esto no fue ocasionado solamente por los años que se le venían encima, el descuido con su imagen jugó un papel no menor en su decadencia, siendo ella un cenicero ambulante de piel amarilla y nicotina incrustada en los dientes.
En ese mundo paralelo en el cual se disponía a sentarse y observar estática el movimiento de las cosas y personas en retro-evolución, incurrían crisis continuas que demostraban su enfermiza insatisfacción luego aplacadas por una falsa apatía que lo borraba todo.
Deseaba cambiar el curso del mundo mientras con la persiana de la ventana completamente cerrada, olvidaba el día y delegaba sus funciones revolucionarias al que tuviera fuerza para realizarlas.
Por cierto hablamos de una persona profundamente egoísta -como todos- pero su caso particular excedía el significado de la propia palabra, por lo tanto, buscar un adjetivo a este rasgo de su personalidad, es una tarea que me veo obligada a renunciar.
Con sentimientos encontrados hacia ella misma –como todos reitero- hacía un banquete e invitaba al que quisiera comparecer  con mucha angustia para la entrada, rencor como plato principal y resignación como postre.
En este tipo de cena presentaba sus demonios y esperaba reacciones harto indulgentes del público como solo era ella capaz de tener consigo misma, sirviendo este tipo de actitud como repelente para todo aquel que se le acercara.
Entre su más variada gama de temores estaba el de hallarse en algún punto de su existencia completamente sola, irónicamente hacía vista gorda al hecho de que la soledad la abrazaba y ella en su actitud omisa se acurrucaba y aferraba a ese abrazo.
No fue sino hasta una tarde como cualquier otra en su rutinaria vida, en la cual despertó luego de veinte horas de sueño y cuarenta de vida, cuando asumió finalmente su patética realidad.
Con una taza de café hirviendo encima de la mesa acompañada por un diagnóstico médico, un revolver y un cigarro a medio terminar, llevó a cabo una decisión craneada ya hacía mucho tiempo.
En ese momento, se indagó sobre la necesidad de escribir una carta explicando su suicidio ya que su muerte databa de mucho tiempo antes, optó entonces por un breve relato en el que figurara en segunda persona haciendo del verbo en pasado una sentencia final.

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